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La mente le siguió trabajando mientras dormía y Kit despertó reanimada al final de la tarde con lo que esperaba que fuera la solución a su problema.
Si aquel escualo hubiera sabido algo de barcos probablemente hubiera decidido no alejarse demasiado, pero a media tarde se cansó de girar en torno al viejo casco desfondado, y se perdió de vista en la distancia, también hacia el Oeste.
Pero ya era tarde para cambiar de opinión.
Conserva de momento el espejo y las literas, pero te juro que si esta tarde no navegamos a seis nudos, se lo tiro al monstruo de anoche para que se mire y vea lo feo que es…Saltó sobre los travesaсos de proa, y se dejó descolgar a la bodega en la que ya sus hijos habían comenzado a accionar briosamente las bombas de achique.
Llegó ayer por la tarde —lo puso sobre la barra, ante él—.
Fue ésa probablemente la última vez en su vida que se vieron, o al menos que se vieron con auténtica conciencia de que se estaban viendo, pues a los pocos instantes ambos se hallaban sumergidos en un mar de brazos, culos, senos y piernas, y dos horas más tarde se encontraban tan borrachos que les resultaba incluso difícil reconocerse a sí mismos.
»A la mañana siguiente se despertó tarde y, de nuevo, sintiéndose molido.
Le gustaría que le matara porque no tiene cojones para suicidarse, y borrarse del mapa es ya el único camino que le queda… Pero no pienso darle ese gusto… Usted va a tener que seguir viviendo con su dolor y su vergьenza, don Matías… Y tanto más grande serán cuanto más trate de borrarlos con nuevas canalladas… Quemar barcos o matar de sed a un pueblo inocente no cambiarán la realidad de que su hijo era un cerdo y un borracho que tuvo el fin que merecía… Fue mi Asdrúbal, pero pudo haber sido cualquier otro, porque además era un cobarde traicionero de los que usan cuchillo… Tan cobarde como usted, que no se atreve a hacerle frente a su problema y tiene que contratar asesinos a sueldo para tratar de enmascararlo…Permanecieron muy quietos, mirándose; ignorantes de que desde la oscuridad, a no más de diez metros de distancia, la negra y escuálida figura de Rogelia «el Guirre» los observaba, porque su fino oído de tísica le había permitido escuchar voces y se había deslizado como una sombra, segura desde el primer momento de que el visitante nocturno no podía ser otro que aquel Abel Perdomo que esa misma tarde había intentado por cuarta vez que su patrón le recibiera.
— Esta tarde tiene uno a Martinica… — le respondió una preciosa muchacha de cabello rojizo y rostro salpicado de pecas—.
Santos Dávila no murió tuberculoso, y cuando cuatro aсos más tarde volvió del Sanatorio, contrató al buzo que trabajaba en el muelle de Arrecife para que le bajara a visitar su barco.
El viento, un viento eterno que no encontraba en su camino desde el mar más oposición que algunas cumbres volcánicas de escasa altura, barría incansable el desolado paisaje y a partir de media tarde metía la humedad entre los intersticios de las rocas, convirtiendo el árido desierto de piedra castigado por el sol durante el día, en una sucursal de las estepas siberianas.
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