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имя существительное
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El primer día de setiembre de 1730, las verdes llanuras y las blancas aldeas del suroeste de Lanzarote se vieron sorprendidas por la más violenta erupción volcánica de que se tenga memoria, tanto por duración del fenómeno — seis aсos— como por la abundancia de una lava que sepultó diez pueblos y cubrió con un manto de magma incandescente la cuarta parte de la isla.
Le gustaría que le matara porque no tiene cojones para suicidarse, y borrarse del mapa es ya el único camino que le queda… Pero no pienso darle ese gusto… Usted va a tener que seguir viviendo con su dolor y su vergьenza, don Matías… Y tanto más grande serán cuanto más trate de borrarlos con nuevas canalladas… Quemar barcos o matar de sed a un pueblo inocente no cambiarán la realidad de que su hijo era un cerdo y un borracho que tuvo el fin que merecía… Fue mi Asdrúbal, pero pudo haber sido cualquier otro, porque además era un cobarde traicionero de los que usan cuchillo… Tan cobarde como usted, que no se atreve a hacerle frente a su problema y tiene que contratar asesinos a sueldo para tratar de enmascararlo…Permanecieron muy quietos, mirándose; ignorantes de que desde la oscuridad, a no más de diez metros de distancia, la negra y escuálida figura de Rogelia «el Guirre» los observaba, porque su fino oído de tísica le había permitido escuchar voces y se había deslizado como una sombra, segura desde el primer momento de que el visitante nocturno no podía ser otro que aquel Abel Perdomo que esa misma tarde había intentado por cuarta vez que su patrón le recibiera.
Todavía apareció una cuarta superteoría.
Había escrito ya tres cartas y estaba justamente empezando la cuarta cuando se abrió de pronto la puerta y Elsie Clayton entró tambaleándose en la habitación.
Se encontraban ya los cuatro acomodados, mientras Abel sujetaba la borda del «chinchorro» que apenas sobresalía una cuarta por encima del agua, y resultaba evidente que un hombre de su tamaсo lo hubiera enviado al fondo de inmediato:— Si te quedas nos quedamos todos… — respondió Aurelia con firmeza—.
Y una cuarta.
Eran noches felices aquellas, cuando apenas muchachos todavía enfilaban la luz del faro de Pechiguera con el de la isla, y la que dejaban encendida en la cocina, con la de la cuarta casa de Corralejo.
Fue por ello por lo que aquella tarde, cuando por cuarta vez Rogelia «el Guirre» le comunicó que don Matías Quintero se negaba a recibirle, no emprendió como siempre, mohíno y cabizbajo, el largo camino de regreso, sino que aguardó en las inmediaciones a que cayera la noche, y se aproximó de nuevo, procurando no ser visto, al macizo caserón que se elevaba como una fortaleza, sobre el ligero promontorio que dominaba los contornos.
Su cuarta hija.
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